Estimado Jorge:
Estuve en su casa no hace mucho, conocí la capilla donde Usted fue electo. Recorrí los jardines impecables que rodean su residencia, los impresionantes museos llenos de obras de arte que muestran la historia de parte de la humanidad, miré con atención los detalles y lujos de cada rincón que constituye esa enorme casa de oración que es la Basílica de San Pedro, los vendedores en la explanada o patio del templo, ofreciendo su imagen «bendita” o las de la Vírgen María o Jesús o quién quiera usted.
Ví caminar a cientos y miles de personas ingresando por las puertas sagradas de la meca de los católicos y una organización extraordinariamente empresarial para sacar rédito de cada uno de los peregrinos caminantes. Ví miles de micros, todos con el escudito de nuestra ciudad sagrada Vaticana. Ví a Roma y al mundo arrodillado a los pies de la riqueza cultural y por supuesto económica de su casa.
Jorge, ví cómo millones de personas pagan entre 40 ($680) y hasta 150 euros ($2500) para visitar su casa. Y también ví cómo millones de esas personas también tienen que pagar si lo quieren ver de cerca en una audiencia de miércoles, el costo también va desde los 40 euros.
Mientras paseaba por el patio de nuestro templo, la Basílica de San Pedro, pensaba en las horas y días que esperó San Francisco en las afueras de los aposentos papales ser atendido por los príncipes de la Iglesia, él allí harapiento, mientras los príncipes desplegaban sus anillos de oro y sus lujosos atuendos en los circuitos internos de la aristocracia católica de aquellos tiempos.
Quería contarle Jorge que me crié en una casona antigua, donde vivieron mis abuelos. Allí hay una capilla pequeñita donde bautizaron a mis primos, sobrinos y a la mayoría de los que trabajaban por esos tiempos en las labores de la tierra de la finca de unos italianos católicos hasta los tuétanos.
En la capilla no hay frescos de Miguel Ángel, ni obras de arte, ni cáliz de oro, ni imágenes magníficas. Hay apenas un Cristo, una Virgen y San Antonio. Una campana en el techo con un largo alambre y una manija final inventada por mi papá de la que nos colgábamos los chicos (todos) para avisar a los parientes y la peonada que había misa el domingo.
A veces llegaba el cura, nos daba la bendición a todos, había misa y después chocolate o asado. Los chicos jugábamos en el patio de la casa, que a la postre era el patio del templo, mi tío Juan y los puesteros hacían el asado, las mujeres de la familia y de los trabajadores se ocupaban de las ensaladas y la mesa, y los chicos jugábamos correteando hasta dentro de la iglesia.
Nadie vendía nada, las estampitas alguien las llevaba y las regalaba, nadie hacía dinero el día de la misa. Nadie tenía que pagar para ir a mi casa, que insisto, finalmente era la casa de todos. Y ¿sabé por qué Jorge? Porque esa capillita era el templo de Dios. Y habíamos aprendido a raja tabla aquello de: «Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones…” Nosotros, Jorge, no convertimos a nuestro pequeño templo en una «cueva de ladrones”. Ahhh y una cosa más, nadie tenía que pagar un céntimo para ver o hablar con el cura.
No sé cuántos de esos chicos que corretéabamos por el patio de nuestro pequeño templo algún día podrán llegar a conocer su templo, su casa. Tampoco me imagino sus caras, que conozco a la perfección, al mirar su casa y compararla con la nuestra. Nuestra opción era la de San Francisco o la de San Antonio, la suya, Jorge, parece ser la de aquellos a los que Jesús llamó «hipócritas” del templo, que en realidad eran dueños del negocio del cambio de moneda de aquellos tiempos.
Muchos de esos chiquillos inquietos que recibíamos una palmadita del cura para que nos quedemos quietos, jamás llegarán a ser recibidos por Usted, y muchos menos recibirán una carta suya ni un rosario. ¿Y sabe por qué? Porque no roban, no matan, no mienten ni dan falsos testimonios, no juran en vano, no codician bienes ajenos y honran a su padre y madre.
Usted Jorge, ha elegido un camino distinto al nuestro. Usted eligió a los poderosos, a los ricos y famosos, a los mentirosos, a los ladrones y a los que dan falsos testimonios. Nosotros Jorge, elegimos a aquellos en donde habita Jesús, según nos enseñó aquel curita de pueblo: los pobres, los afligidos, los desterrados, aquellos a los que les robaron lo poco que les correspondían y con ese dinero mal habido también lo fueron a ver a Usted que los recibió con los brazos abiertos y se sacó una buena foto.
Usted Jorge, en estos años mostró que la opción por los pobres es un buen discurso para los pobres, pero no para los poderosos. Porque, Jorge querido, con el ejemplo también se hacen huellas y hasta acá, Usted eligió recibir, bendecir y hacer lobby para que la justicia se sienta presionada para liberar a quien oprimió, torturó y le robó a los pobres que usted dice elegir.
Caifás temía del poder de Jesús. Pero temía porque podía perder negocios y poder. Y por eso incitó al pueblo a elegir a Barrabás, conspirando contra Cristo.
Jorge, en el pueblo usado y abusado vive Jesús. Usted sabe que la justicia tiene que fallar para convalidar o no la sentencia de la victimaria. Jorge, deje de elegir a Barrabás. Deje de incitar para que liberen Barrabás, tal como lo hiciera Caifás.
Jorge, elija a los pobres, ellos lo están esperando en el patio del templo, como esperó harapiento San Francisco a los príncipes aristocráticos de nuestra Santa Iglesia Católica, no necesitan mucho de Usted, apenas que deje de enviar al madero a los buenos.
Jorge, por lo menos esta vez, elija ser el sucesor de Pedro y no el heredero de Caifás.
Que Dios lo bendiga